La bondad definitiva – Alan Cabral

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La mujer que tiene dos margaritas en el pelo está sentada al borde de la escollera.

Mira en silencio al niño corriendo hacia las olas. Aunque hace demasiado río y hay una vadera que advierte el peligro del mar, el niño de piel negra entra y sale del agua. Cada vez intenta llegar más lejos, pero alguna ola lo devuelve a la costa.

Cuando se hace de noche la mujer se acerca al niño y le pregunta: ¿Por qué queres perderte en el mar?

El niño que tiene los ojos negros no responde y se va caminando.

El día anterior la mujer estuvo sentada en el consultorio de un médico que le dijo: Señora, usted tiene una enfermedad horrible, tal vez muera, tal vez no, no hay manera de saberlo.

La mujer salió de la clínica sin mayor perturbación que un hambre feroz.

Se sintió salvaje.

Se imaginó corriendo por el bosque. Desnuda. Persiguiendo algún animal. No un pequeño conejo, sino un animal enorme, una jirafa, un antílope o un mamut. El ultimo mamut del mundo perdido en alguna selva virgen de Brasil.  Imagino que ella misma se convertía en la última mujer, pero ya no era humana. Se había convertido en una criatura salvaje.

Compró una botella de tequila. Caminó por la costa. Se sentó al borde del mar y esperó el amanecer.

Cuando salió el sol llego el niño que no tenía pelo en la cabeza.

La mujer observo todo el día como el niño entraba y salía del mar.

Cuando se hizo de noche la mujer se paró y se dio cuenta que estaba ebria. Caminó con dificultad al encuentro del niño y le preguntó por qué paso todo el día intentando perderse en el mar, pero el niño no contesto y se fue.

Amanece y la mujer que tiene tres margaritas en el pelo ya está en la escollera.

No puede esperar hasta el anochecer. Se acerca al niño y le dice: ¿Po qué seguir intentando?

El niño la mira con sus ojos negros y le contesta: Yo no quiero perderme en el mar. Toda la vida surgió en él y sólo se necesita un pequeño cambio para volver. Hay que abandonar la ropa y las razones. Olvidarse de las camisas y de la ciencia. Huir del bosque. Llegar a la playa. Tocar con las manos la arena mojada. Llegar al centro del mar que es el centro del mundo. Yo quiero ser una criatura salvaje. Volver al mar y que este me reciba y me entregue su misericordia. Ese reino es mi destino.

Termina de hablar y vuelve al mar. La mujer lo mira desde la playa.

Se hace de noche y el niño no regresa.

Mirar el mar de noche asusta. Mirar el vacío remite a sueños terribles y olvidados, temores compartidos por todos los hombres más allá de la conciencia. La sangre (que antes fue agua del mar) se agita y el cuerpo se retuerce. Un impulso. El fuerte impulso de caminar se transforma en un anhelo. En el deseo de sumergirse de una vez y para siempre en el abismal espacio negro que une el mar y el cielo.

La mujer se arranca el vestido y  entra al mar. En el primer paso siente miedo. Cuando el agua llega hasta su cintura se detiene y espera el golpe demoledor. Siente una indecible sensación. Ya no es miedo. Es la imposible de nombrar sensación de estar viva.  Una ola la sumerge y su cuerpo se pierde en el movimiento infinito de las corrientes marinas. Y en la profunda oscuridad estallan dentro de su cabeza  voces y gritos que cantan una bienvenida.

Ahora es inmortal. Vivirá para siempre en el reino de las criaturas salvajes que no se dejaron romper por la tierra y volvieron al mar.

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Autor: Alan Cabral, estudiante de Letras en la Universidad de Lomas de Zamora

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